Read the Gospels in 40 Days
Lo limpio y lo impuro(A)
15 Se acercaron a Jesús algunos fariseos y maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén, y le preguntaron:
2 ―¿Por qué quebrantan tus discípulos la tradición de los ancianos? ¡Comen sin cumplir primero el rito de lavarse las manos!
3 Jesús les contestó:
―¿Y por qué quebrantáis vosotros el mandamiento de Dios a causa de la tradición? 4 Dios dijo: “Honra a tu padre y a tu madre”,[a] y también: “El que maldiga a su padre o a su madre será condenado a muerte”.[b] 5 Vosotros, en cambio, enseñáis que un hijo puede decir a su padre o a su madre: “Cualquier ayuda que pudiera darte ya la he dedicado como ofrenda a Dios”. 6 En ese caso, el tal hijo no tiene que honrar a su padre.[c] Así por causa de la tradición anuláis la palabra de Dios. 7 ¡Hipócritas! Tenía razón Isaías cuando profetizó acerca de vosotros:
8 »“Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
9 En vano me adoran;
sus enseñanzas no son más que reglas humanas”».[d]
10 Jesús llamó a la multitud y dijo:
―Escuchad y entended. 11 Lo que contamina a una persona no es lo que entra en la boca, sino lo que sale de ella.
12 Entonces se le acercaron los discípulos y le dijeron:
―¿Sabes que los fariseos se escandalizaron al oír eso?
13 ―Toda planta que mi Padre celestial no haya plantado será arrancada de raíz —les respondió—. 14 Dejadlos; son guías ciegos.[e] Y, si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un hoyo.
15 ―Explícanos la comparación —le pidió Pedro.
16 ―¿También vosotros sois aún tan torpes? —les dijo Jesús—. 17 ¿No os dais cuenta de que todo lo que entra en la boca va al estómago y después se echa en la letrina? 18 Pero lo que sale de la boca viene del corazón y contamina a la persona. 19 Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. 20 Estas son las cosas que contaminan a la persona, y no el comer sin lavarse las manos.
La fe de la mujer cananea(B)
21 Partiendo de allí, Jesús se retiró a la región de Tiro y Sidón. 22 Una mujer cananea de las inmediaciones salió a su encuentro, gritando:
―¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija sufre terriblemente por estar endemoniada.
23 Jesús no le respondió palabra. Así que sus discípulos se acercaron a él y le rogaron:
―Despídela, porque viene detrás de nosotros gritando.
24 ―No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel —contestó Jesús.
25 La mujer se acercó y, arrodillándose delante de él, le suplicó:
―¡Señor, ayúdame!
26 Él le respondió:
―No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros.
27 ―Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
28 ―¡Mujer, qué grande es tu fe! —contestó Jesús—. Que se cumpla lo que quieres.
Y desde ese mismo momento quedó sana su hija.
Jesús alimenta a cuatro mil(C)(D)
29 Salió Jesús de allí y llegó a orillas del mar de Galilea. Luego subió a la montaña y se sentó. 30 Se le acercaron grandes multitudes que llevaban cojos, ciegos, lisiados, mudos y muchos enfermos más, y los pusieron a sus pies; y él los sanó. 31 La gente se asombraba al ver a los mudos hablar, a los lisiados recobrar la salud, a los cojos andar y a los ciegos ver. Y alababan al Dios de Israel.
32 Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
―Siento compasión de esta gente, porque ya llevan tres días conmigo y no tienen nada que comer. No quiero despedirlos sin comer, no sea que se desmayen por el camino.
33 Los discípulos objetaron:
―¿Dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado suficiente pan para dar de comer a toda esta multitud?
34 ―¿Cuántos panes tenéis? —preguntó Jesús.
―Siete, y unos pocos pescaditos.
35 Entonces mandó que la gente se sentara en el suelo. 36 Tomando los siete panes y los pescados, dio gracias, los partió y se los fue dando a los discípulos. Estos, a su vez, los distribuyeron a la gente. 37 Todos comieron hasta quedar satisfechos. Después los discípulos recogieron siete cestas llenas de pedazos que sobraron. 38 Los que comieron eran cuatro mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños. 39 Después de despedir a la gente, subió Jesús a la barca y se fue a la región de Magadán.[f]
Le piden a Jesús una señal(E)
16 Los fariseos y los saduceos se acercaron a Jesús y, para ponerlo a prueba, le pidieron que les mostrara una señal del cielo.
2 Les contestó:[g] «Al atardecer, decís que hará buen tiempo porque el cielo está rojizo, 3 y por la mañana, que habrá tempestad porque el cielo está nublado y amenazante.[h] Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no así las señales de los tiempos. 4 Esta generación malvada y adúltera busca una señal milagrosa, pero no se le dará más señal que la de Jonás». Entonces Jesús los dejó y se fue.
La levadura de los fariseos y de los saduceos
5 Cruzaron el lago, pero a los discípulos se les había olvidado llevar pan.
6 ―Tened cuidado —les advirtió Jesús—; evitad la levadura de los fariseos y de los saduceos.
7 Ellos comentaban entre sí: «Lo dice porque no trajimos pan». 8 Al darse cuenta de esto, Jesús les recriminó:
―Hombres de poca fe, ¿por qué estáis hablando acerca de que no tenéis pan? 9 ¿Aún no entendéis? ¿No recordáis los cinco panes para los cinco mil, y el número de canastas que recogisteis? 10 ¿Ni los siete panes para los cuatro mil, y el número de cestas que recogisteis? 11 ¿Cómo es que no entendéis que no hablaba del pan, sino de tener cuidado de la levadura de fariseos y saduceos?
12 Entonces comprendieron que no les decía que se cuidaran de la levadura del pan, sino de la enseñanza de los fariseos y de los saduceos.
La confesión de Pedro(F)
13 Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
―¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Le respondieron:
14 ―Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que Jeremías o uno de los profetas.
15 ―Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
16 ―Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente —afirmó Simón Pedro.
17 ―Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás —le dijo Jesús—, porque eso no te lo reveló ningún mortal,[i] sino mi Padre que está en el cielo. 18 Yo te digo que tú eres Pedro,[j] y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte[k] no prevalecerán contra ella. 19 Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.
20 Entonces les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo.
Jesús predice su muerte(G)
21 Desde entonces comenzó Jesús a advertir a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas a manos de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley, y que era necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara. 22 Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo:
―¡De ninguna manera, Señor! ¡Esto no te sucederá jamás!
23 Jesús se volvió y le dijo a Pedro:
―¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
24 Luego dijo Jesús a sus discípulos:
―Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. 25 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará. 26 ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? 27 Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho. 28 Os aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto al Hijo del hombre llegar en su reino.
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