Éste es el destino que Dios señala a todos los vivientes; ¿para qué resistir a una ley del Altísimo? No tiene caso discutir en la tumba por qué unos viven diez años, y otros cien, y otros mil.
Así lo ha dispuesto Dios y tienes que aceptar su voluntad. Aunque vivas diez, cien o mil años, nadie te echará nada en cara cuando estés en el cementerio.