Poner comida sobre una tumba, o llevar ofrendas a los ídolos, es lo mismo que dar de comer a quien tiene la boca cerrada: ¡jamás los ídolos ni los muertos podrán saborear esa comida! Lo mismo les pasa a aquellos que son perseguidos por Dios; son como el hombre impotente, que quiere pero no puede: cuando abraza a una mujer, sólo lanza suspiros de tristeza.