M’Cheyne Bible Reading Plan
Reinado de Joacaz (2 Re 23,30b-34)
36 El pueblo tomó a Joacaz, el hijo de Josías, y lo nombró rey en Jerusalén en lugar de su padre. 2 Joacaz comenzó a reinar a los veintitrés años, y reinó en Jerusalén durante tres meses. 3 El rey de Egipto lo destronó en Jerusalén, impuso al país un tributo de cien talentos de plata y un talento de oro 4 y nombró rey de Judá y Jerusalén a su hermano Eliaquín, cambiando su nombre por el de Joaquín. Luego Necó llevó cautivo a Egipto a su hermano Joacaz.
Reinado de Joaquín (2 Re 23,36a-37; 24,1.5-6)
5 Joaquín tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén durante once años. Joaquín ofendió al Señor, su Dios. 6 Nabucodonosor, el rey de Babilonia, hizo una expedición contra él y se lo llevó a Babilonia cargado de cadenas, 7 llevándose también algunos objetos del Templo, que colocó en su palacio de Babilonia.
8 El resto de la historia de Joaquín, los delitos abominables que cometió y cuanto le aconteció, está escrito en el libro de los Reyes de Israel y Judá. Su hijo Jeconías ocupó su lugar como rey.
Reinado de Jeconías (2 Re 24,8.15.17)
9 Jeconías tenía dieciocho años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén durante tres meses y diez días, en los que ofendió al Señor. 10 A primeros de año, el rey Nabucodonosor mandó que lo llevaran a Babilonia junto con los objetos de valor del Templo, y nombró rey de Judá y Jerusalén a su tío Sedecías.
Reinado de Sedecías (2 Re 24,18a-19.20b; Jr 52,1-2a.3b)
11 Sedecías tenía veintiún años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén durante once años. 12 Sedecías ofendió al Señor y no hizo caso a Jeremías, el profeta inspirado por Dios. 13 Se rebeló contra el rey Nabucodonosor, al que había jurado vasallaje en nombre de Dios, y se negó por completo a convertirse al Señor, Dios de Israel.
Deportación a Babilonia
14 Igualmente, todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando las perversiones de otras naciones, y profanaron el Templo que el Señor había santificado en Jerusalén. 15 El Señor, Dios de sus antepasados, les advirtió continuamente por medio de sus mensajeros, pues sentía compasión de su pueblo y de su morada; 16 pero ellos se reían de los mensajeros divinos, despreciaban sus palabras y se burlaban de sus profetas, hasta que estalló la cólera del Señor y no hubo remedio. 17 Entonces envió contra ellos al rey de los caldeos que mató a filo de espada a sus jóvenes en su santuario, sin tener compasión de jóvenes o doncellas, de mayores o ancianos; a todos los entregó en sus manos. 18 Nabucodonosor se llevó a Babilonia todos los objetos del Templo, grandes y pequeños, y los tesoros del Templo, los del palacio real y los de las autoridades. 19 Incendiaron el Templo, derribaron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos de valor. 20 Luego desterró a Babilonia a los supervivientes de la matanza, donde se convirtieron en esclavos suyos y de sus descendientes, hasta la llegada del imperio persa. 21 Así se cumplió la palabra del Señor pronunciada por medio de Jeremías: “Hasta que haya recuperado sus descansos sabáticos, el país descansará durante el tiempo de la desolación que durará setenta años”.
Edicto de Ciro (Esd 1,1-3)
22 El año primero del reinado de Ciro, rey de Persia, y para que se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor hizo que Ciro, rey de Persia, publicara en todo su reino de palabra y por escrito lo siguiente:
23 “Esto es lo que Ciro, rey de Persia, decreta: El Señor, Dios de los cielos me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un Templo en Jerusalén de Judá. Todo aquel que de entre ustedes pertenezca a su pueblo puede regresar y que el Señor, su Dios, lo acompañe”.
El río de agua viva
22 El ángel me enseñó también un río de agua viva, transparente como el cristal, que manaba del trono de Dios y del Cordero. 2 En medio de la plaza de la ciudad, a una y otra orilla del río, crecía un árbol de vida que daba doce cosechas, a cosecha por mes, y sus hojas servían de medicina a las naciones. 3 Allí no habrá ya nada maldito. Será la ciudad del trono de Dios y del Cordero, donde sus servidores le rendirán culto, 4 contemplarán su rostro y llevarán su nombre grabado en la frente. 5 Una ciudad sin noches y sin necesidad de antorchas ni de sol, porque el Señor Dios será la luz que alumbre a sus habitantes, los cuales reinarán por siempre.
Epílogo (22,6-21)
Estoy a punto de llegar
6 El ángel me dijo:
— Palabras verdaderas y dignas de crédito son estas. El Señor, el Dios que inspiró a los profetas, ha enviado a su ángel para que comunique a sus servidores lo que va a suceder de un momento a otro. 7 Mira que estoy a punto de llegar. ¡Dichoso quien preste atención al mensaje profético de este libro!
8 Yo, Juan, vi y oí todo esto. Y cuando terminé de oírlo y de verlo, me postré a los pies del ángel que me lo enseñaba, con intención de adorarlo. 9 Pero él me dijo:
— ¿Qué haces? Yo soy un simple servidor como tú y tus hermanos los profetas, como todos los que prestan atención al mensaje de este libro. A Dios debes adorar.
10 Y añadió:
— No mantengas en secreto el mensaje profético de este libro, pues la hora definitiva está al caer. 11 Ya casi da igual que el pecador siga pecando, que el manchado se manche aún más, que el bueno se haga mejor y que el consagrado a Dios se entregue aún más a él. 12 Estoy a punto de llegar y voy a recompensar a cada uno conforme a su conducta. 13 Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin. 14 ¡Dichosos los que han decidido lavar sus vestiduras para tener acceso al árbol de la vida y poder entrar en la ciudad a través de sus puertas! 15 ¡Fuera, en cambio, los depravados, los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todos cuantos hacen de la mentira el programa de su vida!
Advertencia y anhelo final
16 Yo, Jesús, he enviado a mi ángel a cada una de las iglesias para que sea testigo de todos estos acontecimientos. Yo que soy vástago y estirpe de David y astro radiante de la mañana.
17 El Espíritu y la Esposa claman:
— ¡Ven!
Y el que escucha, diga:
— ¡Ven!
Que venga también el sediento y, si lo desea, se le dará gratis agua de vida.
18 A todo el que escuche el mensaje profético de este libro, solemnemente le advierto: Si añade algo, Dios hará caer sobre él las calamidades consignadas en este libro. 19 Si suprime algo del mensaje profético del libro, Dios lo desgajará del árbol de la vida y lo excluirá de la ciudad santa descritos en este libro.
20 El que da fe de todo esto proclama:
— Sí, estoy a punto de llegar.
¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
21 Que la gracia de Jesús, el Señor, esté con todos. Amén.
Conclusión (21,1-25)
Aparición junto al lago
21 Poco después, se apareció Jesús de nuevo a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. El hecho ocurrió así: 2 estaban juntos Simón Pedro, Tomás “el Mellizo”, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. 3 Pedro les dijo:
— Me voy a pescar.
Los otros le contestaron:
— Vamos también nosotros contigo.
Salieron, pues, y subieron a la barca; pero aquella noche no lograron pescar nada. 4 Ya amanecía cuando se presentó Jesús a la orilla del lago, aunque los discípulos no lo reconocieron. 5 Jesús les dijo:
— Muchachos, ¿han pescado algo?
Ellos contestaron:
— No.
6 Él les dijo:
— Echen la red al lado derecho de la barca y encontrarán pescado.
Así lo hicieron, y la red se llenó de tal cantidad de peces, que apenas podían moverla. 7 El discípulo a quien Jesús tanto quería dijo entonces a Pedro:
— ¡Es el Señor!
Al oír Simón Pedro que era el Señor, se puso la túnica (pues estaba sólo con la ropa de pescar) y se lanzó al agua. 8 Los otros discípulos, como la distancia que los separaba de tierra era sólo de unos cien metros, llegaron a la orilla en la barca, arrastrando la red llena de peces. 9 Cuando llegaron a tierra, vieron un buen rescoldo de brasas, con un pescado sobre ellas, y pan. 10 Jesús les dijo:
— Traigan algunos de los peces que acaban de pescar.
11 Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, no se rompió la red. 12 Jesús les dijo:
— Acérquense y coman.
A ninguno de los discípulos se le ocurrió preguntar: “¿Quién eres tú?”, porque sabían muy bien que era el Señor. 13 Jesús, por su parte, se acercó, tomó el pan y se lo repartió; y lo mismo hizo con los peces.
14 Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado.
Jesús y Pedro
15 Terminada la comida, Jesús preguntó a Pedro:
— Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?
Pedro le contestó:
— Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo:
— Apacienta mis corderos.
16 Jesús volvió a preguntarle:
— Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Pedro respondió:
— Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo:
— Cuida de mis ovejas.
17 Por tercera vez le preguntó Jesús:
— Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Pedro se entristeció al oír que le preguntaba por tercera vez si lo quería, y contestó:
— Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
Entonces Jesús le dijo:
— Apacienta mis ovejas.
18 Y añadió:
— Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ajustabas la túnica con el cinturón e ibas a donde querías; pero, cuando seas viejo, tendrás que extender los brazos y será otro quien te atará y te conducirá a donde no quieras ir.
19 Jesús se expresó en estos términos para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Acto seguido dijo:
— Sígueme.
El discípulo amado
20 Pedro se volvió y vio que detrás de ellos venía el discípulo a quien Jesús tanto quería, el mismo que en la cena se había recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que va a traicionarte?”. 21 Al verlo, Pedro preguntó a Jesús:
— Señor, y este, ¿qué suerte correrá?
22 Jesús le contestó:
— Si yo quiero que él quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.
23 Estas palabras dieron pie para que entre los hermanos circulase el rumor de que este discípulo no iba a morir. Sin embargo, Jesús no dijo a Pedro que este discípulo no moriría; simplemente dijo: “Si yo quiero que él quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?”.
Conclusión
24 Este discípulo es el mismo que da testimonio de todas estas cosas y las ha escrito. Y nosotros sabemos que dice la verdad.
25 Jesús hizo además otras muchas cosas; tantas que, si se intentara ponerlas por escrito una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España