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Tobías fue a buscar algún israelita pobre, y luego volvió y me llamó.

—¿Qué pasa, hijo? —contesté.

—¡Padre —me dijo—, hay un israelita asesinado, y está tirado en la plaza! ¡Lo acaban de estrangular!

Yo ni siquiera probé la comida. Rápidamente fui a la plaza, me llevé de allí el cadáver y lo puse en una habitación, esperando que llegara la noche para enterrarlo. Volví a casa, me lavé bien y comí con mucha tristeza.

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