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4-5 Por su parte, Ana, la madre de Tobías, lloraba, y con mucha tristeza decía:

—¡Mi hijo ha muerto y no regresará! ¡Ay, hijo mío!, ¿por qué te dejé ir, si eras la luz de mis ojos?

Tobit trataba de consolarla, y le decía:

—¡Cálmate, querida, no te preocupes ni te pongas triste! Seguro que Tobías está sano y salvo, y pronto regresará. Algo lo habrá obligado a demorarse. Además, el hombre que lo acompaña es pariente nuestro, y podemos confiar en él.

Pero ella le contestó:

—No trates de engañarme. ¡Nuestro hijo está muerto! ¡Cállate y vete de aquí!

Ella no le hacía caso a nadie. Todos los días se levantaba y se quedaba mirando el camino por donde volvería su hijo. Cuando anochecía, entraba en la casa, se quejaba y lloraba toda la noche, sin poder dormir.

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