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Ayunaba todos los días, menos los sábados, los días de luna nueva y durante las fiestas que celebraban los israelitas. Era muy hermosa y atractiva. No necesitaba de nada, pues su esposo Manasés le había dejado una gran fortuna. Tenía oro, plata, ganado, fincas y muchos esclavos y esclavas. Además, Judit siempre obedecía las leyes de Dios, por lo que nadie podía acusarla de nada malo.

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