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17-18 El Señor de los ejércitos dice: ¡Envíen a llamar a las lloronas de oficio! ¡Pronto! ¡Comiencen a llorar! ¡Derramen lágrimas sin parar! 19 Escuchen a Jerusalén llorando desesperada: «¡Estamos arruinados! ¡Nos ha sobrevenido el desastre! ¡Tenemos que abandonar nuestra patria y nuestros hogares!».

20 ¡Escuchen, oh mujeres llorosas, las palabras del Señor! Enséñenles a gemir a sus hijas y vecinas, enséñenles los cantos funerarios porque los van a necesitar. 21 Porque traicioneramente la muerte se ha metido por la ventana en sus hogares, ha quitado la vida a la flor de su juventud. Ya no hay niños y niñas jugando en las calles, ya no hay jóvenes que se reúnan en las plazas.

22 Diles esto, dice el Señor: Los cadáveres serán esparcidos por los campos como si fueran estiércol, como se hace con las gavillas tras la siega, y nadie los sepultará.

23 El Señor dice: No se enorgullezca el sabio en su sabiduría, ni el poderoso en su poder, ni el rico en su riqueza. 24 Sientan orgullo sólo de esto: de conocerme bien y comprender que yo soy el Señor que exige vivir de manera justa y actuar siempre con rectitud, de saber que mi amor es firme, y que así me gusta ser.

25-26 Dentro de algún tiempo, dice el Señor, castigaré a cuantos han realizado la circuncisión en su cuerpo pero no en su espíritu: egipcios, edomitas, amonitas, moabitas, árabes y también tú, pueblo de Judá. Porque todas esas naciones paganas también se circuncidan. Pero a menos que la circuncisión que realizan en su cuerpo se corresponda con su dedicación de toda su vida a mí, su circuncisión no pasa de ser un rito pagano como el de esas naciones.

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