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Cuando llegues allí, busca a Jehú, el hijo de Josafat y nieto de Nimsí. Entra donde esté, sácalo de entre sus compañeros y llévatelo a una habitación aparte. Toma entonces la alcuza de aceite y derrámala sobre su cabeza, diciendo: Así dice el Señor: “Yo te consagro como rey de Israel”. Luego abres la puerta y escapas sin detenerte.

El joven profeta marchó a Ramot de Galaad. Cuando llegó encontró a los capitanes del ejército reunidos y dijo:

— Capitán, traigo un mensaje para ti.

Jehú preguntó:

— ¿Para quién de nosotros?

Y él respondió:

— Para ti, capitán.

Jehú se levantó, entró en la casa, y el joven profeta vertió el aceite sobre su cabeza, diciéndole:

— Así dice el Señor, Dios de Israel: Yo te consagro como rey de Israel, el pueblo del Señor. Eliminarás a la familia de Ajab, tu señor, y yo vengaré así en Jezrael la sangre de mis siervos, los profetas, y la sangre de todos los siervos del Señor. Toda la dinastía de Ajab perecerá y le exterminaré a todo israelita varón esclavo o libre. Trataré a la dinastía de Ajab, como traté a la dinastía de Jeroboán, el hijo de Nabat, y a la dinastía de Baasá, el hijo de Ajías.

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